Conociéndome a mí mismo

Siempre tuve una relación especial con el mar. Fui concebido junto a él. Y mi primer recuerdo es caminando por las playas de Cantabria. Fue una sensación extraña. Pareciera que en ese momento mi consciencia se despertara. O mejor dicho, se activara. Me vi a mí mismo, caminando sobre la arena, extrañado. Como cuando Neo en Matrix despierta en el mundo real, y todo le es nuevo, incluso sus sentidos. Le pedía a mi madre que me llevara en brazos; la tierra debía estar muy caliente. Pero el tiempo pasó, y la consciencia se apagó. Y la siguiente vez ya sí, despertó, poco a poco, día tras día.

Recuerdo que de niño era muy inteligente. En comparación, ahora soy una patata. Con menos de 5 años ya había llegado a la misma conclusión, errónea por otra parte, que Zenón de Elea, al considerar imposible el movimiento, con su paradoja de la tortuga y Aquiles. No es que fuera ningún genio: todos los niños lo son. Es nuestra sociedad la que va estirpándonos la creatividad de nuestras cabezas. Toda pregunta sólo tiene una respuesta correcta parece que nos quieren enseñar. Perdemos el pensamiento lateral. O al menos yo lo perdí. ¡Era genial ver el mundo con los ojos de un niño!

Pasaron los años y entré al colegio. Allí, gracias a A. B., comencé a interesarme por la naturaleza. Teníamos un selecto club al que para acceder había que superar una prueba que había programado con mi viejo ordenador. Lo que más me marcó de aquella etapa fue la sequía que asolaba la península. Las fotos del suelo resquebrajado donde antes había humedales se me quedaron grabadas en la retina. Fue entonces cuando comencé a amar a la lluvia, a observar el cielo, a conocer a las nubes, y a valorar el frío. El frío... ese amigo que cada año perdemos un poco más; los veranos se alargan y los inviernos se acortan. Por entonces no se le llamaba cambio climático, sino calentamiento global. El calor y el sol son aburridos. El frío es acogedor. La niebla es cálida. Y la nieve el mejor regalo de cumpleaños. El año pasado recibí una llamada el día de mi cumpleaños. Era mi hermana: "¡Asómate a la ventana y verás mi regalo de cumpleaños!". ¡Estaba nevando! Pero sigo contando mi historia...

Unos años después entré al instituto. Dicen que es la etapa en la que uno se define a sí mismo. Quizás sea así, pero por fuera. El cómo soy por dentro, en esencia, lo definió mi infancia. Sí, el instituto definió mis gustos musicales, mi afición por la guitarra, mis ideas políticas, mi estética y mis pintas, o mis creencias. Todo bastante superficial si lo comparamos con algo tan nuestro como lo que nos asusta o lo que nos alegra, nuestro caracter, la timidez, nuestra reacción ante un imprevisto, o lo que nos hace llorar.

Y mi primera novia. Ya la conocía de antes, pero fue entonces cuando comenzamos. Pude experimentar toda la crudeza de estar enamorado, del amor correspondido. Todo era genial. Era algo indescriptible. Tenía tanto amor hacia ella dentro de mí que me dolía. Pero aquella relación estuvo contaminada desde el mismo día que empezó. Hay un dato que he pasado por alto sobre mi etapa por el instituto: las drogas. Comencé a fumar y a beber a los 14 años. Desde entonces, todos los fines de semana me iba de botellón. A los 15 los porros se convirtieron en un amigo más del grupo. Y a los 16 y a los 17 se nos fueron sumando otros cuantos "colegas", que sólo se apuntaban a fiestas memorables. El día que comenzó la historia entre B y yo, había alguien más con nosotros: La coca.

Pasado un tiempo, B y yo seguíamos juntos. A veces quedábamos con esos "colegas" de fiestas. Nos lo pasábamos genial todos juntos, hasta que un día la cosa cambió. Aquel momento supuso una segunda etapa en mi vida. Un punto y aparte. No, fue mucho más que eso. Un nuevo episodio. Un nuevo libro. Una nueva historia.

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